La paridad en el mundo del rap sigue siendo una utopía. Sin embargo, en América Latina, las raperas feministas no tienen intención de ceder ante la sexista industria musical. Se están uniendo, organizando y utilizando redes alternativas para obtener reconocimiento como artistas, y están cambiando la cara de la industria musical en toda la región.
Colombia. En el último piso de un edificio cerca del centro de Cali, María Rosé, Nicole y los otros cuatro miembros de su banda ensayan uno de sus últimos temas: «Soy mujer y tengo valores, por eso no me gusta que me saludes, mi amor«. Con una gorra en la cabeza, una camiseta grande y tatuajes en el brazo, Javier Córdoba mira orgulloso. También conocido por su nombre artístico Reivaj_sow, viene aquí dos veces por semana para transmitir los valores del hip hop a los jóvenes locales. Reflexionar sobre la homofobia, aceptar las diferencias, debatir sobre temas de actualidad y, sobre todo, enseñarles a escribir y aprender a rapear… Las charlas de Javier Córdoba son de lo más variadas.
Este proceso, inicialmente imaginado y creado para chicos jóvenes, no permaneció mucho tiempo en esta configuración. Las chicas pronto pidieron unirse al grupo.
«También querían tener su propia crew, su propio grupo de rap. Entonces se les ocurrió su nombre: Poder Femenino, para mostrar el poder que tienen y que tienen todas las mujeres en el hip hop y en la vida. Lo demuestran a través de sus letras, su compromiso y su disciplina. «Aunque ahora chicos y chicas aprenden juntos, cada uno a lo suyo. El grupo de chicas se llama «Crew Feminal Power» porque consideran importante incluir la palabra «femenino» en un grupo de rap.
En su vida cotidiana, en el círculo familiar o en la escuela, los estereotipos de género se les pegan. «Hay hombres que dicen que no se puede rapear porque no es femenino, pero mienten porque al ser mujeres podemos tener todo el protagonismo«, dice Angie orgullosa, con su larga melena pelirroja y rabia en la voz.
Detrás de ella, Maria Rosé, de 12 años, continúa: «Los chicos de aquí nos apoyan y nosotras a ellos, pero en el colegio enseño lo que hago y la gente se ríe, pero no me importa porque cuando seamos mayores les cambiará la cara cuando nos vean y dejarán de burlarse de nosotras«. Aquí, las jóvenes se ayudan mutuamente y se empujan hacia arriba, aprenden a estar orgullosas de lo que hacen y a elevarse por encima de las burlas. Pero cuando llegaron, no era la misma historia, recuerda Javier Córdoba, presidente e iniciador de la asociación: «la metodología de aprendizaje sigue siendo la misma, no hay diferencia de género en la forma de enseñar. Sin embargo, las chicas tienen más miedo a ir, necesitan sentirse seguras y les cuesta arrancar».
La unión hace la fuerza
Un poco más al este, todavía en las afueras de Cali, Sandra Milena Londoño abre la puerta de su estudio. Dentro, un piano, un micrófono, musgo en las paredes y un ordenador. Desde hace más de 20 años, esta rapera conocida como MC Saya lucha por la visibilidad de las mujeres en la cultura hip hop latinoamericana. Activista y feminista, MC Saya no sólo hace música. En los últimos años, ha creado un colectivo, sobre todo para dar clases de rap a mujeres, intervenir en universidades y producir una mixtape con raperas de México, Bolivia, Guatemala, Colombia y Ecuador para hablar de la discriminación a la que se enfrentan en cada país.
En América Latina más que en ningún otro lugar, las raperas feministas confían en la unidad para fortalecerse. Difunden su música en plataformas poco convencionales, dan conciertos en lugares donde tienen lugar luchas sociales, crean colectivos a menudo no mixtos u organizan actos festivos de educación popular. «Siempre se nos eclipsa. Todavía se espera que las mujeres encajen en ciertos tipos de música y letras. Estos espacios para mujeres se han creado porque no hay ninguno en el hip hop. Las mujeres nos reconocemos y nos ayudamos. Creando colectivos, nos ayudamos mutuamente a elevar nuestro perfil», lamenta MC Saya.
Lise Segas, profesora de literatura y cultura latinoamericanas en la Universidad Montaigne de Burdeos, está de acuerdo. Desde hace varios años, estudia los movimientos feministas en las culturas urbanas de varios países latinoamericanos.
«Los colectivos nacieron muy rápidamente de una necesidad de reunirse, de formar una hermandad y de ayudarse mutuamente frente a una sociedad extremadamente machista y violenta, y un sector musical que es tan machista y violento como la sociedad en la que se desarrolla. Esta necesidad de reunirse nace de una forma de supervivencia, de protección contra diferentes tipos de microagresión o simplemente de agresión. Pero creo que la necesidad del colectivo nace tanto de la cultura extremadamente poderosa de organización feminista militante que es específica de América Latina como de una flagrante falta de recursos en el sector cultural de la música.»
La aparición de colectivos de rap feminista en el continente se remonta a la década de 2010. Uno de los más conocidos se formó en México bajo el nombre de Batallones Femeninos, con el objetivo de combatir la violencia contra las mujeres a través del rap. En este colectivo, 14 mujeres, principalmente de México y Estados Unidos, denuncian los numerosos feminicidios y hablan sobre la menstruación, los estereotipos de género y el aborto. O Somos Guerreras, un grupo formado también en la década de 2010 por tres raperas centroamericanas: Nakury de Costa Rica, Rebeca Lane de Guatemala y Audry Funk de México. En esta parte del continente, donde la industria cultural está muy poco desarrollada, es esencial unir fuerzas si se quiere emerger.
Eludir las redes tradicionales para mantenerse fiel a sus convicciones
Para hacerse un nombre en la escena del rap latinoamericano, las raperas se apoyan en su hermandad. Virtualmente, se organizan a través de las redes sociales, pero también de las plataformas de distribución gratuita en las que difunden su música. El enfoque no es necesariamente comercial; se trata de compartir con un público conquistado.
Al negarse a negociar con la industria musical y a ajustarse a las normas de género exigidas en el sector, las plataformas alternativas se convierten en una solución a la falta de difusores. La rapera ecuatoriana Caye Cayejera resume esta elección en pocas frases: «No rapeo para hacerme famosa, me dedico a esto porque siento que hay cosas que decir. Vender mi música a la gran industria musical comprometería mi lucha. El arte, con su capacidad de transformación, es una herramienta que quiero utilizar a favor de espacios donde se me acepte y donde pueda hacer oír mi voz, pero no quiero transformar mi ego para estar en el centro de la industria musical. Eso sería como vender mi cuerpo, y tengo convicciones muy claras: no voy a censurar mis letras ni a cambiar mi forma de vestir para formar parte de este conjunto. Estos espacios de producción tienen un filtro muy masculino«.
En términos físicos, las raperas feministas comparten su música en espacios activistas autogestionados: sindicatos, asociaciones LGBTQI+, festivales feministas, etc. En Ciudad de México, por ejemplo, La Gozadera, un local que se describe a sí mismo como «laboratorio vegano feminista», abre regularmente sus puertas a raperas activistas feministas para ofrecer distintos tipos de iniciativas: talleres de escritura, sesiones de reflexión, escenarios abiertos sin mezcla.
Estos diferentes lugares les permiten darse a conocer dentro de las redes activistas, que a menudo son poderosas y están conectadas entre diferentes países. «Quiero vender mi trabajo con dinero social en lugares de encuentro como marchas, movilizaciones, centros comunitarios, sindicatos… Son plataformas de producción popular, ahí es donde quiero estar. Si no fuera por la hermandad entre mujeres, amigas y compañeras, no habría mostrado mi trabajo en tantos países. Existe una capacidad de producción feminista por parte de la organización que hace circular el arte de las mujeres. Gracias a ello, he podido viajar por todo el continente», prosigue Caye Cayejera.
El resultado es que, dada la falta de recursos y los cambios en la industria musical tradicional, las raperas son más conocidas fuera de su país que en el propio.
Movimientos minoritarios en pleno desarrollo
Aunque la música de las raperas feministas militantes se desarrolla principalmente en las redes alternativas, la presencia de mujeres en el sector tradicional está aumentando gradualmente. Desde el comienzo de la lucha, han surgido algunos mensajes de esperanza para las mujeres raperas, como el reciente nombramiento de una de ellas como presidenta del mayor festival de hip-hop de América Latina, Hip-hop al Parque, en Colombia. Desde entonces, muchas más mujeres han sido programadas allí. «Cada vez se ponen en marcha más iniciativas y estrategias. Estamos al principio de un movimiento que va a hacerse más grande y más fuerte«, pronostica Lise Segas.
En todo el continente, varios festivales están protagonizados únicamente por mujeres. Entre ellos figuran el festival Ruidosa en México, Chile y Perú, el Matria Fest en Chile y, más recientemente, el Festival de mujeres músicas del Perú.
En 2018, el colectivo feminista latinoamericano Somos Ruidosa realizó un estudio sobre la representación de las mujeres en los festivales latinoamericanos. Los resultados: sólo el 10% de los grupos estaban formados por mujeres. Un año después, en 2019, Argentina aprobó una ley que garantiza al menos un 30% de mujeres en la programación de los festivales. Por lo demás, a las raperas feministas de América Latina aún les queda un largo camino por recorrer.
Texto y fotos: Maud Calves